Justamente hoy se cumple un lustro desde que recité
la XIII Exaltación de la Eucaristía. Cinco años de uno de los días más felices
de mi vida. No voy a rememorar aquí lo que para mí supuso aquella experiencia;
simplemente me limitaré a renovar mi agradecimiento a quienes hicieron posible
aquel capítulo feliz. (Mala cosa es no tener memoria para agradecer.) Así que
gracias a mi familia, que me arropó y disfrutó tanto como yo; gracias a Manuel,
entonces Hermano Mayor, quien me designó personalmente; gracias a Ricardo, por
su estupenda presentación; gracias a mis amigos, que estuvieron allí viviéndolo
intensamente y que me regalaron un precioso recuerdo; gracias a tantas personas
que quisieron llenar la iglesia aquella noche y que me demostraron un cariño
inmenso. Y gracias también a tanta gente, anónima mucha, que me paró por la
calle para decirme que me habían visto por la televisión y que les había
encantado; gracias a quien meses después me dijo que utilizaba el texto de mi
exaltación como oración a Dios; gracias a aquella mujer que me agradeció
enormemente que le regalara los folios que utilicé en la propia recitación;
gracias a Rosario, que en medio de la exaltación dio un viva a la madre que me
parió; gracias a quien me prestó las pastas; a quien me dijo al oído "ole
tus cojones"; a quien casi me gritó con vehemencia un "bien, Juan,
bien" al felicitarme;... Qué fácil es hacer feliz a alguien siquiera un
día, y qué trabajo nos cuesta a veces, leches...
Cinco
años después, algunas cosas han cambiado... Ley de
vida. Pero hay dos cosas que no: la fe que me impulsó a escribir y recitar
aquella exaltación, y todas y cada una de las palabras e ideas que expresé en
ellas. Esas, queridos amigos, son mis credenciales.
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