miércoles, 13 de agosto de 2014

Retrato a los 40

Hace unos días cumplí 40 años. Así es que, si la esperanza de vida de los españoles me respeta, he de colegir que, año arriba año abajo, me encuentro en la mitad de mi existencia. Momento tal vez óptimo para, como hizo Machado, retratarme a mí mismo. Porque también

          mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,

donde se esparcían en las largas tardes del estío juegos y costumbres ajenos ya al niño que hoy transita por la vida. Mi temprana juventud, una confusa madeja de sensaciones encontradas entre cantos de sirenas rebeldes y el discreto acomodo de la quietud,

más recibí la flecha que me asignó Cupido,
            y amé cuanto en ellas pueden tener de hospitalario.

            Siempre me movió más el sosiego que la vorágine, más la tertulia que la multitud, y soy -bien lo saben los que bien me conocen- hombre pasional,

pero mi verso brota de manantial sereno.

Y, quizá por pasional, leal para con los míos y para con lo mío. Adoro la hermosura, en la moderna y en la antigua estética; y, al tiempo,

  desdeño las romanzas de los tenores huecos,

esos para los que todo vale en los más amplios campos del convivir humano. Y desde hora muy temprana en mi existencia

  a distinguir me paro las voces de los ecos,
  y escucho solamente, entre las voces, una,

la de Dios, a quien, claro está, espero hablar un día.

            Y al cabo, algo sí debo: mi ser, mi educación y todo aquello que amo y que ahora me afano en transmitir. Deudor soy de cuanto bueno se me dio, y los días son testigos de mi torpe esfuerzo por pagar a tan generosos acreedores.

            ¿Soy clásico o romántico? No sé. Mi pensamiento vaga por bulevares coloristas y callejones solitarios, mas mi conciencia límpida y sólida me permite afirmar que

         más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
  soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

            El amigo que a mí acuda, el hermano que me abrace y el desconocido que me tienda su mano hallará mi ser, quizá frío, pero transparente,


casi desnudo, como los hijos de la mar.