martes, 7 de marzo de 2017

Por marzo...

Era por marzo cuando la luz pujaba por reinar. El niño redescubría las tardes largas en que siempre escuchaba ecos a lo lejos; griterío de chavalería, una bandada de pajarillos que traían la primavera colgada de sus picos, una marcha que sonaba en el horizonte del oído… y el niño se preguntaba, y deseaba averiguar, dónde estaría ensayando la banda.

            La calle olía a miel y cal. Los zaguanes escupían el aroma de lo que sabe a ambrosía por marzo y el niño le decía a los amigos “ahí están haciendo torrijas”; y era fácil que escuchara un “yo creo que son pestiños, huele a masa…” Mientras, por las aceras se abrían paso capirotes de cartón blanco de ancá el Mosca por entre las escaleras de quienes encalaban sus fachadas.

            Por marzo, el niño no jugaba en la calle a lo de siempre; el trompo, la lima o el “al cielo voy” quedaban aparcados hasta Pascua de Resurrección, porque por marzo jugaba a los pasitos, con todos sus avíos. Faldones de tela barata, hachones con tapones de Casera, respiraderos de cartón y purpurina, varales hechos con los tubitos de los zapatos cogidos de la zapatería del Celia… ¡Y hasta cabildos y cultos muy solemnes! Por supuesto, con su mijita de incienso escamoteado de la hermandad, la de verdad…

            Y al punto del crepúsculo, un azul mortecino bañaba la cocina de la abuela, la amplia estancia con aquella mesa de patas robustas y ancho cajón en el que siempre rodaba el mazo del almirez cada vez que se abría. Encima, el lebrillo de los pestiños, cubierto con blanco paño, como queriendo ocultar un misterio vernal que resbalara por la miel.

            Era por marzo cuando cualquier día escuchaba que esa noche ensayaba no sé qué cuadrilla, y entonces tocaba darle la coba a la madre para que le dejara ir. Esa misma madre que siempre le decía que si quería ir con ella al Septenario tenía que estar en casa pronto para ducharse y vestirse de limpio, porque al Septenario no se iba de cualquier manera.

            Y de camino a la iglesia, el aire templado se tambaleaba borracho por la fragancia que ya habían parido los naranjos.

            Era por marzo cuando el niño aprendió que esta tierra es poesía. Ese niño que aún corre dentro de mí.