jueves, 27 de febrero de 2014

Cambiar la Historia

Anda la Junta de Andalucía pensándose si reclamar la titularidad pública de la Mezquita-Catedral de Córdoba, que desde la conquista de la ciudad por Fernando III en 1236 pertenece a la Iglesia. Ignoro en base a qué principio legal pretende ejercer esta acción, pues no es ese ni mucho menos el terreno en el que mejor me muevo, pero supongo que alguna razón se alegará. Por supuesto, como apoyo a esta iniciativa se ha organizado una plataforma que se mueve estos días por internet, en la que todo aquel que esté de acuerdo con que el monumento pase a ser propiedad de todos los andaluces puede dejar su firma. Faltaría más en este país tan amante de hacer colas y de firmar contra algo. El asunto es que como medida tardorrevolucionaria, la cosa suena bien: un organismo estatal no confesional -la Junta de Andalucía- le quita a la Iglesia la propiedad del más importante monumento del antiguo califato cordobés. Se repara así una injusticia histórica dado que aquello era propiedad del propio califato y lugar de culto musulmán que, de la noche a la mañana, pasa a manos eclesiásticas. ¡Éxtasis progresista!

            Pero claro, cuando se plantean estos hechos, a uno le da por preguntarse dónde se ponen los límites. Porque antes de que existiera la Mezquita, estaba allí la iglesia visigoda de San Vicente. Ergo, si la titularidad pasa a la Junta, ¿podría la Iglesia reclamar la propiedad de lo que fue solar de San Vicente? Y vayámonos a otras partes del mundo. En Estambul está -hoy como museo- la basílica de Santa Sofía, uno de los más bellos templos del mundo, levantado por el emperador Justiniano en el siglo VI. Fue durante casi mil años templo cristiano, hasta que en 1453 Constantinopla cayó en manos de los turcos, que, sensu contrario a lo ocurrido con la Mezquita de Córdoba, pasó a ser inmediatamente lugar de culto musulmán. ¿Debería pasar de nuevo a manos de la Iglesia? Y sigamos tirando del hilo: ¿debería España reclamar la propiedad de miles de catedrales, iglesias, fortalezas y demás regios edificios levantados durante la época colonial en Perú, en Filipinas o en México?


            Si se quiere mirar el hecho desde una óptica meramente sentimental, tendremos la confirmación de que la Historia está repleta de hechos que nos pueden parecer más o menos injustos. Porque la Historia ha estado sujeta desde que existe a cambios, unos lentos y otros bruscos, pero siempre dados por el signo de una lógica que irremediablemente se impone. Y normalmente, la lógica no suele dejarse guiar por los sentimientos. El debate daría para mucho, pero a mí se me antoja que querer cambiar la Historia por una cuestión meramente gestual me parece del todo ilógico. Así que, por favor, que Santa Sofía siga en manos musulmanas. 

lunes, 3 de febrero de 2014

Costuras entre el tiempo

A veces el tiempo se parece a una bobina de hilo: cuando está sin estrenar nos parece que tendremos para siempre, pero llega el momento en que el hilo se acaba. Como el tiempo, que nos parece eterno pero cuando queremos darnos cuenta se nos ha ido volando. Ocurre sobre todo cuando tenemos las vacaciones por delante. Este verano pienso hacer esto, eso, aquello... Y cuando queremos darnos cuenta se nos ha ido el tiempo sin hacer nada de todo lo pensado, ni tampoco aquello que podemos hacer cuando se trata de pasar el rato; como por ejemplo leer. Y sobre eso me apetece hoy escribir: sobre leer; sobre lo fascinante que es leer.

            A principios del año 2011, una dentellada me tenía el ánimo abatido. Fue entonces cuando me dispuse a leer "El tiempo entre costuras", novela de la que se venían hablando maravillas. Y lo cierto es que las expectativas se cumplieron; me imbuí tanto de su atractiva ambientación, de la perspicacia de sus diálogos, de la personalidad de sus personajes, de la perfectamente hilvanada trama, de sus tintes históricos, de... que durante las horas -ansiadas siempre- que le dediqué sentí cómo toda la realidad más circundante me abandonaba. El tiempo se paraba a mi alrededor y solo me interesaban Sira y sus aventuras, desventuras, penas y alegrías. Sencillamente, mi realidad, o mi circunstancia -la otra parte de nuestro yo-, dejaba de existir.

            Y eso me ha pasado, como seguramente a muchos de vosotros, con otros tantos buenos libros que están al alcance de cualquiera. Si lo centro en "El tiempo entre costuras" es por su reciente nuevo éxito, esta vez televisivo. (La serie me ha gustado bastante. En mi opinión muy bien hecha, aunque, vaya por Dios, tuvo que ser el último capítulo el de la decepción. Esa escena -que por cierto no aparece en la novela- en el castillo, cuando Marcus Logan rescata a Sira de las garras de da Silva, me pareció patética. Y es que cuando a los guionistas les da por introducir suspense a base de pistolitas...)


            Esa es la grandeza de la lectura, ese es su poder de seducción, esa su capacidad casi hipnótica. Y pocas cosas más son capaces de coser heridas entre tiempos turbulentos.