sábado, 24 de octubre de 2015

Libros

Siempre me gustó leer. No quisiera parecer presuntuoso, pero os aseguro que desde pequeño me fascinó manosear libros y tebeos. Y en esas sigo, abonado por cierto al libro de papel; de momento me opongo a agenciarme uno electrónico, porque yo soy de los que gustan de pasar las páginas y olisquearlas de vez en cuando. Pequeños placeres… Hace unos días afirmaba en Facebook –esa nueva plaza del pueblo- que comprar un libro es una inversión que nunca deja de rentar. Como muchas personas de clase media, poseo una vivienda, un automóvil, ropa variada y otros tipos de bienes. Pero tal vez nada lo considere más mío como mis libros. Ante mis libros me gusta pararme a menudo, contemplarlos, hojearlos, acariciarlos… Como acertadamente me decía un ex alcalde culto y cultivado, si prestas veinte euros y no te los devuelven, lo más seguro es que lo olvides, pero que no te devuelvan un libro prestado, duele.

            Mi particular biblioteca no es muy extensa. A ojo de buen cubero calculo que unos doscientos libros. Entre ellos ninguna joya bibliográfica; nunca me he interesado por antiguas o raras ediciones. Hay en mis anaqueles, por supuesto, algunas obras clásicas, como El Quijote -en tres ediciones distintas, entre ellas la completísima de Francisco Rico-, El libro de buen amor, La Regenta o Madame Bovary. Pero el grueso de mi biblioteca se compone de novela contemporánea, libros de otras temáticas –Historia y ensayo fundamentalmente- y algo de poesía. Tengo, como tanta otra gente, títulos para mí inmortales, de los que no fallan, casi de obligada lectura. Ahí se cuentan, entre otros, Bomarzo  de Mujica Lainez, El nombre de la rosa de Umberto Eco o El hereje de Delibes. Y tengo autores geniales como Eduardo Mendoza, Paul Auster, García Márquez o Sthendal. En definitiva, algo muy convencional.

            Hay, cómo no, algunos bodrios, y algún título que se puede considerar intruso entre tantos grandes autores, como La gloria irisada, publicado este mismo año por un tal Juan Guillermo Bonilla…

            Si me viera en la tesitura de tener que salvar algunos de mis libros, ¿qué obras tendrían preferencia? Pues sin duda las colecciones completas de Astérix y Tintín. Tal vez porque la infancia siempre permanece de alguna forma en cada uno de nosotros; pero también porque en estas colecciones hay algo más. Me entusiasmaron de niño y me siguen entusiasmando cada vez que las releo. La colección de Tintín no tuvo continuidad muerto su autor, Hergé, pero de Astérix sí siguen saliendo títulos que por supuesto adquiero, y los disfruto ahora incluso más que de niño, pues todos los cómics del guerrero galo están repletos de guiños irónicos a la actualidad. Astérix y Tintín son, sencillamente, para todos los públicos.

            Y, ¿qué libro de los que poseo es el que más veces he leído? Mi tío Oswald, de Roald Dahl. El porqué se lo reservo a quien se decida a leerlo, porque leerá, reirá y, posiblemente, gozará en más de un sentido…