Veo
en las noticias que han trincado a dos etarras en Albi (pronúnciese Albí), con sus pistolitas y avíos de
matar -ellos que no hacen más que decir que quieren dejarlo... ¡ja!-. Hace unos
años estuve, en buena compañía, de viaje por Occitania, y además de Toulousse y
Carcasonne, visitamos Albi, la ciudad que allá por el siglo XIII fue la cuna de
la herejía albigense, la de los cátaros, que estremeció al cristianismo y
precisó de un gran esfuerzo militar y la declaración de cruzada para ser
sofocada. Albi es una de esas ciudades con verdadero encanto, que te impresiona
desde lejos al contemplar cómo su imponente catedral se yergue majestuosa sobre
el caserío. Sus calles conservan el trazado y la fábrica medieval y es una
verdadera gozada pasear por ellas sin rumbo, como hicimos nosotros,
empapándonos de su ambiente evocador, del sabor de los siglos.
Y uno lamenta que precisamente en
una ciudad tan bella tengan que merodear las ratas etarras. ¿Es que ya no se
conforman con San Juan de Luz y Bayona?, ¿es que tienen que podrir hasta el
suelo más estimado por tanta gente? ¡Fuera de Albi, canallas!, ¡fuera de
Francia!, ¡fuera del mundo! Ojalá acaben tan borrados como los cátaros...
Vamos, como resulte que también están en Carcasonne, lo único que les deseo,
aparte por supuesto que los cacen, es que pasen allí el mismo calor bochornoso
que sufrimos nosotros, ¿verdad, amigos?