
Del
caso de Arahal pueden extraerse algunas conclusiones. Una primera es que si al
final todo puede solucionarse –y justificarse, que es lo malo- con una
fiestecita democrática, ¿se puede aplicar a otros casos? Imaginen que mi
Ayuntamiento invierte un dinerito curioso en remodelar las aceras de mi calle,
y a mí me da por decir que no me gusta el acabado. Empiezo a calentar a la vecindad, recogemos firmas
y declaramos al Ayuntamiento que no nos gusta cómo han quedado las aceras, que
queremos las baldosas… amarillas, por ejemplo. El Ayuntamiento, que huele el
revuelo, cede a las primeras de cambio, levanta las aceras recién terminadas y
nos pone las baldosas amarillas, obviando por supuesto el sobrecoste que ello
supondría. Entonces los vecinos de más allá se ponen en las mismas y reclaman
baldosas verdes, y los de más allá aún las quieren azules, y así sucesivamente.
Y el Ayuntamiento tragando con toda reclamación. Sobregasto justificado por la
democracia.
Mas,
pensando en lo de Arahal, llego a otra conclusión. El caso ha sido sonado, pero
no es el único. Vamos a ponernos en mi pueblo, en El Viso del Alcor. Aquí no
hemos llegado, Dios nos libre, al extremo de elegir un cartel por votación
previo rechazo de uno en condiciones. Pero también el arte ha sido pisoteado en
ocasiones con la aquiescencia de quienes deberían velar por su conservación.
Dense un paseo por el casco antiguo –es un decir- de la localidad y verán cómo
al lado de una casa barroca del XVIII se ha permitido levantar otra que ni
siquiera recuerda a la arquitectura popular de siglos pasados; verán cómo se ha
permitido derribar casas de fachadas blancas y cubierta de tejas –lo de toda la
vida- para construir en su solar verdaderos adefesios que literalmente molestan
a la contemplación de entornos históricos; verán cómo la Plaza Sacristán
Guerrero se remodeló años ha con criterios más de urbanización de playa que
propiamente andaluces; verán cómo la pretendida reconstrucción del palacio de
los condes de Castellar incluyó un hermoso y acertado tejado… que luego se tapó
incomprensiblemente con un pretil, o verán sus mastodónticos y asimétricos
ventanales de la planta baja. No, no es Arahal el único caso. Si quieren, otro
día lo buscamos en la mismísima Sevilla, una de las ciudades más bonitas del
mundo… hace ya algún tiempo.
P.S.: gracias a los vecinos de
Arahal, el cartel de Laureano tendrá una repercusión que difícilmente la
hubiera soñado su autor…
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