Supongo que conocen el caso. El
Ayuntamiento de Arahal convoca un concurso para elegir el cartel anunciador de
las Fiestas del Verdeo. Ante la baja calidad de las obras presentadas, el
jurado, compuesto por profesionales de la pintura, decide con buen criterio declarar
desierto el premio. No hay cartel, por lo tanto, de entre los presentados.
Posiblemente, primer motivo de mosqueo para los lugareños. Ante tal tesitura,
el Ayuntamiento opta, también con buen criterio, por encargar el cartel a
Rafael Laureano, un pintor consolidado con acreditada solvencia en cartelería.
Laureano, que lógicamente cobra por su obra, presenta una obra moderna –la que
pueden ver aquí al lado-, con guiños clásicos, tradicionales e incluso
mitológicos; una obra que, como todas, puede o no gustar, pero indudablemente
bien ejecutada. Un cartel, en definitiva, digno de unas fiestas con arraigo en
Arahal. Pero… a los arahalenses no les gusta, y como no les gusta comienzan a
recoger firmas para que el cartel sea retirado. Al Ayuntamiento le entra el
canguelo y cede a la retirada; no solo eso, sino que además organiza una
votación popular para elegir el nuevo cartel de entre los que el jurado
profesional había descartado. Vaya usted a saber si tras la protesta vecinal no
hay otros factores ocultos; yo no voy a entrar en eso. Pero sea como fuere, la
catetada es de medalla olímpica, ahora que estamos en eso. Y en cuanto al papel
del Ayuntamiento… pues vaya cartelazo el suyo, y nunca mejor dicho. Viva la
democracia y muera el arte. Todo sea por no quitar la voz al pueblo.
Del
caso de Arahal pueden extraerse algunas conclusiones. Una primera es que si al
final todo puede solucionarse –y justificarse, que es lo malo- con una
fiestecita democrática, ¿se puede aplicar a otros casos? Imaginen que mi
Ayuntamiento invierte un dinerito curioso en remodelar las aceras de mi calle,
y a mí me da por decir que no me gusta el acabado. Empiezo a calentar a la vecindad, recogemos firmas
y declaramos al Ayuntamiento que no nos gusta cómo han quedado las aceras, que
queremos las baldosas… amarillas, por ejemplo. El Ayuntamiento, que huele el
revuelo, cede a las primeras de cambio, levanta las aceras recién terminadas y
nos pone las baldosas amarillas, obviando por supuesto el sobrecoste que ello
supondría. Entonces los vecinos de más allá se ponen en las mismas y reclaman
baldosas verdes, y los de más allá aún las quieren azules, y así sucesivamente.
Y el Ayuntamiento tragando con toda reclamación. Sobregasto justificado por la
democracia.
Mas,
pensando en lo de Arahal, llego a otra conclusión. El caso ha sido sonado, pero
no es el único. Vamos a ponernos en mi pueblo, en El Viso del Alcor. Aquí no
hemos llegado, Dios nos libre, al extremo de elegir un cartel por votación
previo rechazo de uno en condiciones. Pero también el arte ha sido pisoteado en
ocasiones con la aquiescencia de quienes deberían velar por su conservación.
Dense un paseo por el casco antiguo –es un decir- de la localidad y verán cómo
al lado de una casa barroca del XVIII se ha permitido levantar otra que ni
siquiera recuerda a la arquitectura popular de siglos pasados; verán cómo se ha
permitido derribar casas de fachadas blancas y cubierta de tejas –lo de toda la
vida- para construir en su solar verdaderos adefesios que literalmente molestan
a la contemplación de entornos históricos; verán cómo la Plaza Sacristán
Guerrero se remodeló años ha con criterios más de urbanización de playa que
propiamente andaluces; verán cómo la pretendida reconstrucción del palacio de
los condes de Castellar incluyó un hermoso y acertado tejado… que luego se tapó
incomprensiblemente con un pretil, o verán sus mastodónticos y asimétricos
ventanales de la planta baja. No, no es Arahal el único caso. Si quieren, otro
día lo buscamos en la mismísima Sevilla, una de las ciudades más bonitas del
mundo… hace ya algún tiempo.
P.S.: gracias a los vecinos de
Arahal, el cartel de Laureano tendrá una repercusión que difícilmente la
hubiera soñado su autor…
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