Hoy, 5 de
diciembre, aniversario de la muerte de Mozart, millones de melómanos de todo el
mundo cumpliremos con la costumbre de escuchar su Réquiem. El Réquiem de
Mozart, uf... Insigne partitura que traspasa los océanos del tiempo sin desbastar
una sola astilla de su proa seductora. Compases enlutados, lúgubre instrumental
en la orquesta. Chasquidos de frío mármol que se cuelan por las entrañas para
erizarnos las entretelas de los sentidos. Porque el Réquiem no solo se escucha;
aunque esté hecho para los muertos, se vive.
Requiem aeternam done eis, Domine,
et
lux perpetua luceat eis.
Deja que te arrastre el torbellino
del Dies Irae, sumérgete en la
insondable profundidad del Tuba mirum,
y suplica salvación con sideral esfuerzo coral al Rex tremendae majestatis.
Y cuando entren
en lo más íntimo de tu ser las magistrales notas del Lacrimosa,
Lacrimoso
día aquel
cuando
resurgirá de las
cenizas
el hombre,
sigue
entonces pidiendo
Pie Jesu Domine,
dona
eis requiem. Amen.
P.D.:
con mi sentido homenaje a Fernando Argenta, que cambió la batuta de su padre
-el gran Ataúlfo- por los micrófonos para enseñar a generaciones de españoles a
gozar de composiciones como estas. Falleció hace dos días. Requiem aeternam
dona eis, Domine.
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