Anda el
orbe -y no solamente el católico- expectante como pocas veces ante lo que se
espera del Papa Francisco, el Pontífice argentino que, a tenor de lo que
anuncian sus gestos, parece decidido a soltar el báculo y coger la escoba. Hay
expectación entre los católicos, deseosos muchos de que en la Iglesia de Cristo
se abran ventanas y entre un aire fresco que creen -creemos- necesario para
ventilar cuchitriles y baúles de siete llaves que llevan demasiado tiempo
cerrados. Pero hay también expectación, entusiasta incluso, entre los no católicos,
los agnósticos y, también, entre ateos. Aunque en buena parte de este segundo
grupo me temo que se desinflará inexorablemente, porque haga lo que haga
finalmente el Papa, a muchos siempre les parecerá insuficiente. Porque una cosa
está clarísima; si alguien atisba en el horizonte siquiera la mínima
posibilidad de ver bajo el pontificado de Francisco a mujeres en el sacerdocio
o una bendición de la unión entre homosexuales, que se vaya deshaciendo de sus
ilusos prismáticos.
Nadie le puede negar al Papa un
carisma arrebatador, una capacidad innata para ejercer como líder efectivo de
millones de almas. A lo largo de los meses que lleva en la silla de Pedro lo ha
demostrado casi a diario estando no precisamente sentado sino en pie allí donde
está la verdadera oportunidad, alzando la voz con palabras desnudas de
decorativa verborrea y frías como la punta de una flecha. La muerte de centenares
de inmigrantes en la isla italiana de Lampedusa no fue para él solo una
"tragedia"; también fue una "vergüenza". Con la misma
naturalidad afirma que lo peor de la Iglesia es la corte, en una clara alusión
a la tantas veces denostada Curia Vaticana, el sancta sanctorum del poder
eclesiástico. Pero sucede que también algunas de sus palabras pueden no ser entendidas del todo e incluso
tildadas de demagógicas. Quizá la que más fue aquel "nunca fui de
derechas." Es normal que ante afirmaciones así cualquiera podría
plantearse si prefiere Francisco católicos de izquierda a católicos de derecha;
y eso aceptando a regañadientes el cada vez más amortizado -al menos para
servidor- debate izquierda-derecha.
Es también este Papa hombre de
gestos. Algunos pequeños, sencillos, entrañables. Pero otros con capacidad para
generar cierta controversia, como dejar plantadas a unas autoridades italianas
para ir a almorzar a un comedor social; lo cual, dicho sea de paso, no deja de
ser toda una declaración de intenciones. Por otra parte, gestos
"simpáticos" como desplazarse en un 4 latas, renunciar a residir
en el palacio apostólico, o llevar cruz pectoral y anillo de plata en lugar de
oro no quedarán más que en meras anécdotas si no vienen acompañados de reformas
enjundiosas. Juan XXIII no renunció al tradicional boato papal -más acentuado
entonces que el actual- y sin embargo revolucionó la Iglesia.
En definitiva, ante las palabras y
los gestos de Francisco, uno no puede evitar sacar sus propias conclusiones.
Una de ellas es que el aplauso que está cosechando el Papa con sus gestos
revierte en cierta sensación de que los papados anteriores, los más recientes,
fueron en extremo conservadores. No seré yo quien destape el velo conservador
que realmente tuvieron en muchos aspectos, pero dejar el juicio en esa máxima
parece incluso peligroso, pues contribuye a borrar de sus respectivos haberes
méritos y virtudes que bien merecen el reconocimiento de, al menos, los
católicos. Y sobre todo, que la sucesión continuada de gestos realmente
admirables parece anunciarnos la llegada de una especie de catarsis eclesiástica
que no debería pasar inadvertida. Y todo lo que no sea eso podría devenir en
enorme decepción. Porque, más pronto que tarde, al Papa Francisco se le agotará
el tiempo de los gestos y los dichos y se le empezará a demandar el de los
hechos. De que lleve más o menos a término sus muchas buenas intenciones
dependerá la grandeza histórica de, no solo su figura, sino también de la
Iglesia. Y algo nos dice que veremos cosas importantes; y pronto.
Magnífico artículo, Juan; de los mejores sin duda por su estructura, objetividad - en un tema dificil- y reflexión.
ResponderEliminarYendo al fondo de la cuestión, de momento gestos, gestos...y más gestos. Sabemos que es pronto, pero de momento.... gestos, que, por cierto, es algo que se lleva mucho por aquí en estos tiempos de necesidades. Y lo peor es el temor de que sólo con gestos se puede lograr una imagen positiva o un puñado de votos. Lo importante siempre sublimado ante lo impactante, tempus "mediaticus" hebemus.
Los gestos y acciones del papa Francisco son valientes, firmes y decididos, pero tiene enfrente a una estructura de poder que sabe bien cómo se preserva ese poder, dispuesta a hacer lo que haya que hacer para no correr riesgos.
ResponderEliminarCuando haya transformado esa estructura, podrá poner en marcha reformas que necesitan de la colaboración de todos.
Ya apartó a la curia de su gabinete en un hecho -no acción- sin precedentes, y dio participación en las decisiones a un heterogéneo grupo de expertos. He leído que es su intención propiciar una descentralización en la que muy pocas cuestiones sean competencia del papado, al que llega demasiada “basura” de la que no tiene referencias ni contexto, para que sean las diócesis y conferencias las que decidan sobre sus problemas, al modo de los primeros siglos. Y en esa descentralización se va a intentar que las decisiones sean más consensuadas y democráticas.
También creo que los gestos tienen un gran efecto de acción en sí mismos, es una forma de propuesta sin imposición, pero que deja muy en evidencia a quien no le siga. Lo primero es dar ejemplo; ahí radica el fracaso popular de la clase política actual. El mayor problema de la Iglesia es su imagen, y esta se puede transformar también con gestos.
Aurelio Bonilla