jueves, 14 de noviembre de 2013

Francisco ante los hechos

Anda el orbe -y no solamente el católico- expectante como pocas veces ante lo que se espera del Papa Francisco, el Pontífice argentino que, a tenor de lo que anuncian sus gestos, parece decidido a soltar el báculo y coger la escoba. Hay expectación entre los católicos, deseosos muchos de que en la Iglesia de Cristo se abran ventanas y entre un aire fresco que creen -creemos- necesario para ventilar cuchitriles y baúles de siete llaves que llevan demasiado tiempo cerrados. Pero hay también expectación, entusiasta incluso, entre los no católicos, los agnósticos y, también, entre ateos. Aunque en buena parte de este segundo grupo me temo que se desinflará inexorablemente, porque haga lo que haga finalmente el Papa, a muchos siempre les parecerá insuficiente. Porque una cosa está clarísima; si alguien atisba en el horizonte siquiera la mínima posibilidad de ver bajo el pontificado de Francisco a mujeres en el sacerdocio o una bendición de la unión entre homosexuales, que se vaya deshaciendo de sus ilusos prismáticos.
            Nadie le puede negar al Papa un carisma arrebatador, una capacidad innata para ejercer como líder efectivo de millones de almas. A lo largo de los meses que lleva en la silla de Pedro lo ha demostrado casi a diario estando no precisamente sentado sino en pie allí donde está la verdadera oportunidad, alzando la voz con palabras desnudas de decorativa verborrea y frías como la punta de una flecha. La muerte de centenares de inmigrantes en la isla italiana de Lampedusa no fue para él solo una "tragedia"; también fue una "vergüenza". Con la misma naturalidad afirma que lo peor de la Iglesia es la corte, en una clara alusión a la tantas veces denostada Curia Vaticana, el sancta sanctorum del poder eclesiástico. Pero sucede que también algunas de sus palabras  pueden no ser entendidas del todo e incluso tildadas de demagógicas. Quizá la que más fue aquel "nunca fui de derechas." Es normal que ante afirmaciones así cualquiera podría plantearse si prefiere Francisco católicos de izquierda a católicos de derecha; y eso aceptando a regañadientes el cada vez más amortizado -al menos para servidor- debate izquierda-derecha.
            Es también este Papa hombre de gestos. Algunos pequeños, sencillos, entrañables. Pero otros con capacidad para generar cierta controversia, como dejar plantadas a unas autoridades italianas para ir a almorzar a un comedor social; lo cual, dicho sea de paso, no deja de ser toda una declaración de intenciones. Por otra parte, gestos "simpáticos" como desplazarse en un 4 latas,  renunciar a residir en el palacio apostólico, o llevar cruz pectoral y anillo de plata en lugar de oro no quedarán más que en meras anécdotas si no vienen acompañados de reformas enjundiosas. Juan XXIII no renunció al tradicional boato papal -más acentuado entonces que el actual- y sin embargo revolucionó la Iglesia.     

            En definitiva, ante las palabras y los gestos de Francisco, uno no puede evitar sacar sus propias conclusiones. Una de ellas es que el aplauso que está cosechando el Papa con sus gestos revierte en cierta sensación de que los papados anteriores, los más recientes, fueron en extremo conservadores. No seré yo quien destape el velo conservador que realmente tuvieron en muchos aspectos, pero dejar el juicio en esa máxima parece incluso peligroso, pues contribuye a borrar de sus respectivos haberes méritos y virtudes que bien merecen el reconocimiento de, al menos, los católicos. Y sobre todo, que la sucesión continuada de gestos realmente admirables parece anunciarnos la llegada de una especie de catarsis eclesiástica que no debería pasar inadvertida. Y todo lo que no sea eso podría devenir en enorme decepción. Porque, más pronto que tarde, al Papa Francisco se le agotará el tiempo de los gestos y los dichos y se le empezará a demandar el de los hechos. De que lleve más o menos a término sus muchas buenas intenciones dependerá la grandeza histórica de, no solo su figura, sino también de la Iglesia. Y algo nos dice que veremos cosas importantes; y pronto. 

2 comentarios:

  1. Magnífico artículo, Juan; de los mejores sin duda por su estructura, objetividad - en un tema dificil- y reflexión.
    Yendo al fondo de la cuestión, de momento gestos, gestos...y más gestos. Sabemos que es pronto, pero de momento.... gestos, que, por cierto, es algo que se lleva mucho por aquí en estos tiempos de necesidades. Y lo peor es el temor de que sólo con gestos se puede lograr una imagen positiva o un puñado de votos. Lo importante siempre sublimado ante lo impactante, tempus "mediaticus" hebemus.

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  2. Los gestos y acciones del papa Francisco son valientes, firmes y decididos, pero tiene enfrente a una estructura de poder que sabe bien cómo se preserva ese poder, dispuesta a hacer lo que haya que hacer para no correr riesgos.
    Cuando haya transformado esa estructura, podrá poner en marcha reformas que necesitan de la colaboración de todos.
    Ya apartó a la curia de su gabinete en un hecho -no acción- sin precedentes, y dio participación en las decisiones a un heterogéneo grupo de expertos. He leído que es su intención propiciar una descentralización en la que muy pocas cuestiones sean competencia del papado, al que llega demasiada “basura” de la que no tiene referencias ni contexto, para que sean las diócesis y conferencias las que decidan sobre sus problemas, al modo de los primeros siglos. Y en esa descentralización se va a intentar que las decisiones sean más consensuadas y democráticas.
    También creo que los gestos tienen un gran efecto de acción en sí mismos, es una forma de propuesta sin imposición, pero que deja muy en evidencia a quien no le siga. Lo primero es dar ejemplo; ahí radica el fracaso popular de la clase política actual. El mayor problema de la Iglesia es su imagen, y esta se puede transformar también con gestos.

    Aurelio Bonilla

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