jueves, 27 de octubre de 2011

Otoño


La lluvia ha decidido bendecir la tierra para que todo empiece, ahora, a renacer.
            Aquellas hojas que nacieron pujantes en primavera, caen mortecinas a la misma tierra que les amamantó, como queriendo sentir una última caricia de la madre de todas las madres.

            Se fueron los vencejos; su canto es ahora patrimonio sonoro de tierras lejanas desde las que algún día retornarán para regalarnos una dulce canción de luces nuevas. Esa luz que ya emigra para iluminar ilusiones de otros horizontes, allí donde el hombre también anhela en cada ciclo el milagro de la vida.

            Y en la atardecida, el sol tiñe el paisaje de oro viejo; un mismo paisaje que en el estío brilló con otro oro, limpio y reluciente, nuevo, adánico,... Todo es ahora viejo y caduco para avisarnos de que, en unos meses, renacerá. Como la vida misma.

miércoles, 12 de octubre de 2011

España

Hoy que se celebra la Fiesta Nacional de España, me asalta la vena historiadora para hacerme esa pregunta a la que todos seguro nos hemos enfrentado alguna vez en nuestros pensamientos: ¿qué es España? Tan discutida, tan cuestionada, que a algunos hasta les produce sonrojo pronunciar su nombre -y lo sustituyen por la manida expresión "este país"-,... La pregunta viene al pelo ahora que algunos politicastros catalanes agitan nerviosos su rancio nacionalismo de sardana y barretina para recolectar una buena cosecha de votos el próximo 20-N. Lo que no saben, o mejor, no quieren saber, es que, con esa actitud no están sino demostrando su españolidad. Porque eso ha sido siempre España, un contrapeso de opiniones, una báscula de intereses, un reparto de poderes, pero en definitiva, y siempre, una suma. Repásese la historia y se verá que es una continua repetición de lo que os digo. Pero yo callo ya; porque dejo que sea Ortega y Gasset quien explique magistralmente este fenómeno, esta España. La cita la extraigo de "España invertebrada".
            "Entorpece sobremanera la inteligencia de lo histórico suponer que cuando de los núcleos inferiores se ha formado la unidad superior nacional, dejan aquéllos de existir como elementos activamente diferenciados. Lleva esta errónea idea a presumir, por ejemplo, que cuando Castilla reduce a unidad española a Aragón, Cataluña y Vasconia, pierden estos pueblos su carácter de pueblos distintos entre sí y del todo que forman. Nada de esto: sometimiento, unificación, incorporación, no significan muerte de los grupos como tales grupos; la fuerza de independencia que hay en ellos perdura, bien que sometida; esto es, contenido su poder centrifugo por la energía central que los obliga a vivir como partes de un todo y no como todos aparte. Basta con que la fuerza central, escultora de la nación -Roma en el Imperio, Castilla en España, la Isla de Francia en Francia-, amengüe, para que se vea automáticamente reaparecer la energía secesionista de los grupos adheridos. (...) la energía unificadora, central, de totalización -llámese como se quiera-, necesita, para no debilitarse, de la fuerza contraria, de la dispersión, del impulso centrífugo perviviente en los grupos. Sin este estimulante, la cohesión se atrofia, la unidad nacional se disuelve, las partes se despegan, flotan aisladas y tienen que volver a vivir cada una como un todo independiente."

sábado, 8 de octubre de 2011

Del Lope al Maestranza

Más de una vez he dicho a mis conocidos que, de todas las bellas artes, es la música la que posee mayor capacidad de transmitir y emocionar. Tal vez porque es la única inmaterial. Todos sabemos que existe una pintura maravillosa de Velázquez que se llama "Las Meninas". Pero es única y está en el Prado. (Por supuesto se pueden ver reproducciones, pero no es lo mismo) Y así todas y cada una de las obras pictóricas, arquitectónicas, escultóricas y literarias. En cambio, si hablamos de música, no existe un, por ejemplo, único "Orfeo" de Monteverdi. No; lo que existe es la partitura. Pero Orfeos hay muchos, tantos como cuantas interpretaciones se hagan. Esa es la grandeza de la música.
            Cuando el miércoles asistí al Maestranza a una representación de "Las bodas de Fígaro", comprendí que la ópera es un magnífico compendio de bellas artes. Y disfruté con la genialidad de su libreto -del que resplandece la altivez del conde de Almaviva, las mañas de Susanna, y los toques de humor del pícaro Fígaro y el pilluelo Cherubino-, con los decorados -por los que se colaba mágicamente reproducida la luz de Sevilla-, con el vestuario, con los figurantes, con la danza,... Por supuesto con los cantantes/actores, que brillaron con luz propia en los distintos diálogos y arias, aunque, eso sí, me hubiera gustado un mayor protagonismo del coro. Y, cómo no, con la orquesta, la Sinfónica de Sevilla, muy compactada y deslumbrante, y eso que esta vez actuó con plantilla reducida, como requiere la partitura -las orquestas con amplio número de componentes no surgen hasta el siglo XIX, con el Romanticismo; ¿no es así, Miguel López?-. Yo no conocía la obra, excepto su célebre obertura y algunos pasajes que reconocí de la película biográfica "Amadeus", que por supuesto os recomiendo. Esto lo cuento porque es un reconfortante placer escuchar en directo música que ya conoces.
            En resumen, que disfruté gratamente con cantantes, decorados, orquesta,... Y con Mozart. Mirad, no es precisamente su época la que más me gusta de la historia de la música, pero el genio de Salzburgo nació tocado con la capacidad única de cautivar a todos los oídos del mundo. Creedme, si algún día no sabéis qué escuchar, Mozart nunca falla.