Ocurrió
anoche, casi al final de la procesión de Santa María del Alcor, en la calle de
su mismo nombre. La Virgen había dejado atrás el júbilo; los gritos y aplausos
se perdían como ecos sordos en la media esfera de la cúpula que, altiva y
engalanada, enseñorea el paseo de una Reina. Se pasó entonces del orto al
ocaso. Del permanente amanecer de unos vítores entusiastas que reclaman la
vigencia de una vida entusiasta y soñadora, al recuerdo de que no hay amanecer
sin crepúsculo. Y cuando el sol se pone, cuando la luz desfallece, siempre
muere algo. La Virgen bajó por su calle, y El Viso dejó parte de su vida.
Silencio estremecedor. Brillos en los ojos. De entre los músicos, solo una
fúnebre caja. De septiembre al Viernes Santo. De la fiesta a la congoja por el
camino que con macabra rectitud señala la muerte. Y en la mente de la
muchedumbre solo un nombre: Juan José.
Sí, El Viso sabe hacer el silencio.
Somos ruidosos y jaraneros como tantos otros -que no estamos solos en esto-,
pero como pueblo maduro y sabio sabemos callarnos cuando hay que callarse.
Porque anoche, cuando la Virgen bajaba por la calle de la que es vecina, el
pueblo se acordó de la tragedia, de que un jirón de vida se nos cayó aquella
maldita noche de julio, de que hay cosas que no se pueden olvidar porque
entonces estaremos demostrando que no somos nadie ni vamos a ninguna parte. No
es sensiblería blanda. No es el grito hueco de una plañidera. Es hacer pueblo,
sabernos unidos en el dolor. Y eso lo demostramos ayer en medio de la fiesta.
Cuando la caja de la banda se calló,
un golpe de platillo nos sumergió en el himno de la Virgen. Nunca jamás lo
canté con mayor emoción, porque allí, con mis ojos acuosos clavados en los de
la Reina, comprendí más que nunca que al final la vida sigue. Y El Viso seguirá
en pie, con el dolor del recuerdo y la esperanza en el futuro. Porque así somos
los pueblos.
P.S.: a mi
tío Aurelio, que me ha dado el título y la idea, y a mi sobrino Javier, a quien
mi hombro sirvió de consuelo cuando anoche lloró a su amigo Juan José.