
¿Quién no ha visto alguna vez a
gente educada, decente, haciendo cola durante horas para que al final, ante sus
mismas narices, se les cuele un caradura por la ídem? ¿O qué persona de bien no
ha tenido que aguantar que un malage ponga
en su boca palabras jamás pronunciadas con la consiguiente angustia de tener
que desmentirlo?
Y es que hay malos por todas partes,
leches... ¿Quién no conoce a un enreaó?
Todo el mundo sabe quiénes son, están muy calados... pero ningún bueno -quizá
por el mero hecho de serlo- les saca los colores diciéndoles a la cara lo que
merecen, y al final siempre se van de rositas.
Hay malos hasta en la política.
- Anda,
vaya descubrimiento que ha hecho ahora el Juan Guillermo...- Pues sí, porque
también hay gente buena metida en la gobernanza, gente que está ahí por
vocación, gente que de verdad se parte la cara por sus conciudadanos... hasta
que el malandrín de su propio partido termina partiéndosela a él y haciéndose
con el control de todos los hilos. Echen un vistazo y lo podrán corroborar.
Y por supuesto está el chico buenazo
que para conquistar a la niña de sus sueños se muestra con ella dadivoso,
solícito, educadísimo y caballeroso, hasta que un buen día llega un tío canalla
-muchas veces hasta odiado por la chica- que le dice a esta cuatro maldades y
se la lleva, dejando al pobrecito bueno sin novia y con cara de gilipollas.
Que sí, que está muy bien ser bueno
y uno trata de serlo siempre, pero los hechos cotidianos nos enseñan que el
mundo es de los malos. Así que, don Pío, estoy con usted: no sé yo si es tan
bueno ser bueno...
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