Se te
escapa el estío como agua de entre las manos. Ni siquiera te dio tiempo a
pensar en lo que te quedó pendiente por hacer y que ya no se hará;
sencillamente, ahora no es momento. Prefieres congelar el tiempo pasado en un
anaquel colmado de quehaceres pasajeros. Ya da igual... te dices. Es septiembre,
y ahora las cosas son de otra manera. La rutina parece que te amenaza y te
advierte enseñándote sus afiladas garras: te vas a enterar tú ahora... Dentro
de un mes, a esta hora es de noche, comentas a tus conocidos impulsando en tu
habla una pesadumbre que más aún te pesa para tus adentros. No encuentras donde
hollar lo irreversible de los designios cotidianos.
O sí. Una luz, un fogonazo más bien,
te vale para escrutar caminos por los que encauzar un alma que pensabas ya
medio arrumbada. ¿Es que lo habías olvidado? Seguro que no... Y de pronto, de
aquellos mismos anaqueles empiezas a descongelar agradables sensaciones. Ves
que los atardeceres se han tintado de bellísimos horizontes anaranjados, que un
alcor rebrinca de gozo efusivo, que desde la vega parece subir un canto de
alabanza... Definitivamente, un fogonazo azul ha tornado tu escenario de
derrota en victoria.
Un torbellino azul que sitúa su
vórtice en una serena mirada y una sonrisa permanente digna de pugnar con la de
la Gioconda. La misma que entusiasmó tus días infantiles,
cuando, varita en mano, acudías a dejar la primera ofrenda de tu vida,
haciéndote partícipe y heredero de ancestrales ritos mediterráneos renovados
cada año sobre el alcor. De alguna manera, te sientes parte del azul que lo
baña todo estos días. No puedes, o no sabes, soslayar tu propia existencia, tus
cosas, de las de todo un pueblo. Y te dejas cautivar por aquellos ojos, por
esas manos que sostienen un cetro y un Rey... ¿Se puede ser más poderosa?
Por eso oyes en el horizonte de tus
sentidos cánticos de júbilo; ves tardes que se acortan para ceder el escenario
de las pasiones a noches engalanadas con una jaculatoria de versos; palpas la
eléctrica alegría del abrazo fraterno con los que te rodean, en una suerte de
ensayo de, ay, un mundo mejor...; hueles... ¡como nunca!, pues ya la verdadera
vara de mando de estos días enseñorea sus albas flores para aromar los aires de
la tarde; y gozas con esa mirada... siempre su mirada... Reina ya el nardo
sobre el alcor, y las emociones se te clavan por los vericuetos más intrincados
del alma. A ti, hoy, te sobran los repelucos.