Cuando
se está en la playa se pueden hacer varias cosas: tomar el sol, charlar, reír,
leer, tirar para el chiringuito, darse un chapuzón, contemplar el paisaje,
contemplar los "monumentos", aburrirse... En fin, dos o tres
cosillas. Pero como mis amigos y yo somos tan modernos, no se nos ocurrió nada
mejor que alquilar un catamarán. Y allá que nos encaminamos hasta la base una
tripulación inmejorable compuesta por Punti, Pollo, mis sobrinos Carmen y
Javier, y un servidor.
Pero... Llegó la hora de entregar la
embarcación y cuando pusimos rumbo a la playa... ¡No había dios que fuera capaz
de encaminar el dichoso barquito hasta la base! Que si cambia esta vela, que si
tira de esa cuerda, que si echa para allá el timón... ¡Qué sé yo! el catamarán
no avanzó más que unos pocos metros cuando había pasado ya casi otra hora más
de la estipulada. Ya desde mucho antes teníamos claro que el remate de la
aventura era una operación de "Salvamento Marítimo". Y fue mi cuñado
Jose el "vigilante de la playa" que desde tierra advirtió que algo no
iba bien, por lo que resolvió avisar al tío que nos alquiló el cacharro aquel.
El final no pudo ser más bochornoso: aquel hombre se acercó hasta nosotros -con
un más que comprensible cabreo- en su propio catamarán, desde el que nos
"abordó" para coger el mando del nuestro. Entonces volvimos a tierra
en un periquete, con sensación de ridículo, pero... ¡aguantando la risa como
pudimos, qué leches! En fin, que yo creo que estamos para participar en las
regatas de Londres 2012 con serias aspiraciones de medalla...
Seguro que no fue la falta de destreza, sino la gran "resaca" que había ese día...
ResponderEliminarMagnífico.
ResponderEliminarseguro que si le hubieseis dejado el mando a Carmen os hubiera sacado del lío!!. la próxima vez me apunto. besos. Almudena
ResponderEliminar¡La tripulación no tiene desperdicio alguno!
ResponderEliminar