sábado, 8 de diciembre de 2018

Las llamas de la Pureza


¡Ding dong, ding dong! ¡Suenan las campanas de la iglesia, es la hora! ¡Hay que encender la hoguerita! Así comienza en la noche del 7 de diciembre una de las más antiguas, emblemáticas y entrañables tradiciones visueñas: las hogueritas. Y El Viso, envuelto en la fría noche decembrina, asiste a este mágico espectáculo que se repite año tras año por todos sus barrios y que, convertido en alegre presagio navideño, ha convocado a los visueños de generación en generación.

            Estamos ante una celebración que tal vez por ser de aquí, y hecha por gente de aquí, ofrece estampas pintorescas. Y así, la tarde del día de las hogueritas, cuando el sol no ha terminado de ocultarse, el niño, verdadero protagonista y artífice del espectáculo que se aproxima, aguarda expectante con la seguridad de que saboreará el éxito de un trabajo bien hecho. Alguno hay que agarra con fuerza, como si fuera la llave de un arca llena de oro, un palo a cuyo extremo ha liado de cualquier manera un trapo, convirtiéndose en una suerte de antorcha. Llegada la hora definitiva, con este artefacto prenderá fuego a la madera con la misma gloria que quien enciende el pebetero de una Olimpiada.

            Pero, ¿desde cuándo asistimos los visueños a estas curiosas escenas que se repiten cada año? Desde luego, vaya por delante que no podemos precisar ni el momento ni la causa del origen de las hogueritas, pues nuestros mayores, y aún las generaciones que les precedieron siempre aseguraron haberlas conocido de toda la vida. En cualquier caso, sí podemos establecer algunas hipótesis al respecto, y eso, y no más, es lo que pretendo en este artículo.

            Parece claro que la celebración de las hogueritas responde a esa fascinación que todas las civilizaciones, en mayor o menos medida, han experimentado por el fuego. De hecho, nuestro caso ni es el único ni tampoco el más famoso de fiestas en que el protagonista es el fuego.

            Igualmente conviene tener en cuenta que las hogueritas se celebran el 7 de diciembre, es decir, la víspera de la festividad de la Inmaculada Concepción de María. Y cabe aquí decir que el fuego siempre ha estado en mayor o menor medida presente en la liturgia cristiana. Por ejemplo, el fuego bendecido la noche del Sábado Santo es una representación de Jesucristo que resucita, y también está presente en las velas que sostienen los padrinos de un bautizo; y en los funerales, a través del cirio pascual. Curiosa esa asimilación del fuego a la nueva vida, en el tercer caso a la eterna.

            La famosa fiesta de las hogueras de San Juan es un claro ejemplo de celebración en torno al fuego que engloba todos estos conceptos. Nada en esta fiesta es aleatorio, sino que por el contrario está todo dotado de un alto significado. Estas hogueras se encienden en honor a San Juan, el Bautista. Para la Iglesia, el bautismo borra el pecado original y todos los demás que pudiera haber en el alma, e infunde la gracia santificante, que lleva consigo el derecho a la gracia eterna. Esto es, de alguna manera, la entrada del bautizado en una nueva vida. Pero además la festividad de San Juan tiene lugar en una fecha, 24 de junio, de especial simbolismo, pues coincide con el solsticio de verano, una nueva estación de marcadas características que nos obliga a cambiar usos y costumbres ausentes en cualquier otra época del año (1). Algo muy cercano pues al concepto de nueva vida. Y por último tenemos la idea del fuego como elemento purificador, que se manifiesta en costumbres plenamente vigentes en algunas fiestas que consiste en saltar por encima del fuego en la creencia o superstición de que el espíritu quedará purificado por acción de las llamas. No estamos más que ante una forma de sacralización pagana del fuego, al igual que antes veíamos una forma de sacralización cristiana.

            Así pues, teniendo en cuenta todos estos conceptos, ¿podrían ser nuestras hogueritas una forma de simbolizar la Pureza de la Virgen María? No parece desventurado afirmarlo, dada la especial devoción que siempre se ha mostrado por María en nuestro suelo, y en especial por el misterio de su Pura y Limpia Concepción. Pues si bien éste no fue reconocido como dogma hasta el 8 de diciembre de 1854 por el Papa Pío IX, ya con siglos de antelación se celebraban cultos en España a la Inmaculada Concepción, incluso en momentos en que el misterio era causa de pugna entre los propios eclesiásticos, como lo prueba el hecho de que en 1661 no se da autorización a los predicadores que no fueran defensores del misterio. De hecho, la festividad siempre se celebró el 8 de diciembre en conmemoración de la batalla de Empel (1585), en que los tercios españoles se impusieron a los rebeldes flamencos gracias –esto es pura tradición- al hallazgo de una pintura de la Inmaculada, que habría actuado de intercesora. Tal fue el peso de España en la defensa del misterio concepcionista que Roma respetó la fecha del 8 de diciembre para proclamar el dogma y fijar la festividad. Y puestos en nuestro ámbito más local, cabe indicar que Sevilla fue pionera en la defensa de la Pureza de María, y ya en 1613 la Hermandad del Silencio hizo juramento de sangre en la defensa de lo que no sería dogma hasta dos siglos y medio después. Ante este panorama de fervor inmaculista, no debería extrañarnos que también en El Viso se rindiera ya entonces este tipo de cultos.

            Y en efecto, hurgando en nuestra historia, encontramos cómo desde fecha temprana se dedican oficios religiosos a la Inmaculada Concepción. Sin poder precisar exactamente en qué año, el alcalde mayor de la villa, Juan de Ozaeta (2), mandó que anualmente se celebrara la fiesta de la Purísima con octava, vísperas y procesión eucarística. Nada se dice de que se encendieran hogueras, pero bien pudiera ser que como parte de esas celebraciones surgieran las hogueritas, entonces o tal vez más tarde, cuando la proclamación del dogma, y quizá como una forma de buscar calor en una noche tradicionalmente de vigilia.

            Nada podemos afirmar de forma definitiva; como señalé más arriba, solo caben hipótesis y conjeturas, y muy posiblemente el origen de esta entrañable tradición visueña esté para siempre perdido en la noche de los tiempos.

Juan Guillermo Bonilla Jiménez

NOTAS:
1)         Es común la asignación de celebraciones litúrgicas cristianas a fechas significativas. Uno de los casos más claros es la del nacimiento de Jesucristo, que se fijó el 25 de diciembre, fecha en que los romanos celebraban el solsticio de invierno en honor del Sol Invicto.
2)         Juan de Ozaeta y Ayala fue alcalde mayor durante treinta y cinco años, nombrado por los condes de Castellar. Se estima que falleció en enero de 1679.

BIBLIOGRAFÍA:
Sánchez Barbudo, Adolfo: Historia eclesiástica y secular de la villa del Viso. Inédito, 1933.
Enciclopedia Universal Ilustrada, Espasa-Calpe, tomo 24.
VV.AA.: Crónica de España, Plaza y Janés, 1988.
Royo Marín, Antonio: Teología moral para seglares. Editorial Católica, 1965.

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