Siempre me gustó leer. No quisiera parecer
presuntuoso, pero os aseguro que desde pequeño me fascinó manosear libros y
tebeos. Y en esas sigo, abonado por cierto al libro de papel; de momento me
opongo a agenciarme uno electrónico, porque yo soy de los que gustan de pasar las
páginas y olisquearlas de vez en cuando. Pequeños placeres… Hace unos días
afirmaba en Facebook –esa nueva plaza del pueblo- que comprar un libro es una
inversión que nunca deja de rentar. Como muchas personas de clase media, poseo
una vivienda, un automóvil, ropa variada y otros tipos de bienes. Pero tal vez
nada lo considere más mío como mis
libros. Ante mis libros me gusta pararme a menudo, contemplarlos, hojearlos,
acariciarlos… Como acertadamente me decía un ex alcalde culto y cultivado, si
prestas veinte euros y no te los devuelven, lo más seguro es que lo olvides,
pero que no te devuelvan un libro prestado, duele.
Mi
particular biblioteca no es muy extensa. A ojo de buen cubero calculo que unos
doscientos libros. Entre ellos ninguna joya bibliográfica; nunca me he
interesado por antiguas o raras ediciones. Hay en mis anaqueles, por supuesto,
algunas obras clásicas, como El Quijote
-en tres ediciones distintas, entre ellas la completísima de Francisco Rico-, El libro de buen amor, La Regenta o Madame Bovary. Pero el grueso de mi
biblioteca se compone de novela contemporánea, libros de otras temáticas
–Historia y ensayo fundamentalmente- y algo de poesía. Tengo, como tanta otra
gente, títulos para mí inmortales, de los que no fallan, casi de obligada
lectura. Ahí se cuentan, entre otros, Bomarzode Mujica Lainez, El nombre de la rosa de Umberto Eco o El hereje de Delibes. Y tengo autores geniales como Eduardo
Mendoza, Paul Auster, García Márquez o Sthendal. En definitiva, algo muy convencional.
Hay,
cómo no, algunos bodrios, y algún título que se puede considerar intruso entre
tantos grandes autores, como La gloria
irisada, publicado este mismo año por un tal Juan Guillermo Bonilla…
Si
me viera en la tesitura de tener que salvar algunos de mis libros, ¿qué obras
tendrían preferencia? Pues sin duda las colecciones completas de Astérix y
Tintín. Tal vez porque la infancia siempre permanece de alguna forma en cada
uno de nosotros; pero también porque en estas colecciones hay algo más. Me
entusiasmaron de niño y me siguen entusiasmando cada vez que las releo. La
colección de Tintín no tuvo continuidad muerto su autor, Hergé, pero de Astérix
sí siguen saliendo títulos que por supuesto adquiero, y los disfruto ahora
incluso más que de niño, pues todos los cómics del guerrero galo están repletos
de guiños irónicos a la actualidad. Astérix y Tintín son, sencillamente, para
todos los públicos.
Y,
¿qué libro de los que poseo es el que más veces he leído? Mi tío Oswald, de Roald Dahl. El porqué se lo reservo a quien se
decida a leerlo, porque leerá, reirá y, posiblemente, gozará en más de un
sentido…
Ocurrió
anoche, casi al final de la procesión de Santa María del Alcor, en la calle de
su mismo nombre. La Virgen había dejado atrás el júbilo; los gritos y aplausos
se perdían como ecos sordos en la media esfera de la cúpula que, altiva y
engalanada, enseñorea el paseo de una Reina. Se pasó entonces del orto al
ocaso. Del permanente amanecer de unos vítores entusiastas que reclaman la
vigencia de una vida entusiasta y soñadora, al recuerdo de que no hay amanecer
sin crepúsculo. Y cuando el sol se pone, cuando la luz desfallece, siempre
muere algo. La Virgen bajó por su calle, y El Viso dejó parte de su vida.
Silencio estremecedor. Brillos en los ojos. De entre los músicos, solo una
fúnebre caja. De septiembre al Viernes Santo. De la fiesta a la congoja por el
camino que con macabra rectitud señala la muerte. Y en la mente de la
muchedumbre solo un nombre: Juan José.
Sí, El Viso sabe hacer el silencio.
Somos ruidosos y jaraneros como tantos otros -que no estamos solos en esto-,
pero como pueblo maduro y sabio sabemos callarnos cuando hay que callarse.
Porque anoche, cuando la Virgen bajaba por la calle de la que es vecina, el
pueblo se acordó de la tragedia, de que un jirón de vida se nos cayó aquella
maldita noche de julio, de que hay cosas que no se pueden olvidar porque
entonces estaremos demostrando que no somos nadie ni vamos a ninguna parte. No
es sensiblería blanda. No es el grito hueco de una plañidera. Es hacer pueblo,
sabernos unidos en el dolor. Y eso lo demostramos ayer en medio de la fiesta.
Cuando la caja de la banda se calló,
un golpe de platillo nos sumergió en el himno de la Virgen. Nunca jamás lo
canté con mayor emoción, porque allí, con mis ojos acuosos clavados en los de
la Reina, comprendí más que nunca que al final la vida sigue. Y El Viso seguirá
en pie, con el dolor del recuerdo y la esperanza en el futuro. Porque así somos
los pueblos.
P.S.: a mi
tío Aurelio, que me ha dado el título y la idea, y a mi sobrino Javier, a quien
mi hombro sirvió de consuelo cuando anoche lloró a su amigo Juan José.
Este año
no podía dejar de publicar, en estos días de vísperas tan significadas, un
extracto de las palabras que dediqué a nuestra Patrona, Santa María del Alcor,
en el Pregón de las Glorias de María que pronuncié el pasado 17 de mayo. He
optado por traer solo una pequeña selección de las 39 cuartetas que escribí
para Ella, y por Ella. Con todo el amor de un hijo, un humilde visueño, que
siempre estará a sus pies, para lo que Ella precise.